sábado, 14 de diciembre de 2019

La Escuela de Frankfurt (Industria Cultural)


* Adrián Lozano

The Frankfurt School (Cultural Industry)



El clima de época europeo templó el trabajo y el pensamiento de sus miembros. En este sentido, las derrotas de los principales movimiento de izquierda europeos y el ascenso del stalinismo en la Unión Soviética formaron parte de un contexto histórico que llevó a los frankfurtianos –lectores y partidarios del marxismo- a revisar algunos aspectos fundamentales de la obra de Carl Marx y sobre todo los llevó a mirar con desconfianza  la práctica política impulsada por los partidos de izquierdas ortodoxos. En este contexto, encontramos al marxismo de Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse o Walter Benjamin como claramente heterodoxo. También podemos tomar las influencias que forjaron el pensamiento de los miembros de la Escuela: el psicoanálisis de Freud y las preocupaciones por la estética. Esas preocupaciones por la estética, que desvelaron a Adorno y lo llevaron a escribir su famoso trabajo Teoría estética, influyeron también sobre este movimiento.

 Existía un vínculo contradictorio entre los frankfurtianos y los teóricos de la comunicación norteamericanos, como también algunas diferencias entre los mismos miembros de la Escuela de Frankfurt (por ejemplo, las diferencias entre Theodor Adorno y Walter Benjamin).

Del concepto de “negatividad”,  la cual la Escuela de Frankfurt hace una “piedra decisiva”. En efecto, los pensadores de Frankfurt retoman del filósofo alemán G. W. F. Hegel (1770-1831) la idea de que la “negatividad” es uno de los elementos constitutivos de toda realidad. Según Hegel en toda realidad hay opuestos, es decir que a una realidad dada le corresponde otra realidad, quizás todavía no desarrollada, que se le opone. Esa segunda realidad -que niega a la primera- se desprende en de esta última, como el tallo que se desprende de una semilla y la destruye (niega y supera) en su desarrollo. Esto es importante porque los elementos que vienen a negar lo existente para transformarlo son el producto del desarrollo de lo dado anteriormente.

De este modo, por ejemplo, el marxismo sostiene que las fuerzas del proletariado van a negar (destruir y superar) las condiciones de producción capitalistas, pero nuevamente es necesario comprender que ese proletariado existe gracias, y es un desprendimiento de, esas condiciones capitalistas que viene a transformar. Los miembros de la Escuela de Frankfurt consideran que toda la realidad es transformada por las fuerzas negatrices (el proletariado, la ciencia, el arte) que es necesario desarrollar para alcanzar una sociedad más justa. No obstante, estos pensadores ven que en el siglo XX el arte ya no es una fuerza revolucionaria.  Si el arte originalmente podía constituir un elemento negratriz en el siglo XIX, en el siglo XX con su incorporación a la industria cultural su poder transformador es anulado, y aquello de imprevisto y maravilloso que tenía la obra original es serializado y estandarizado. 
   Adorno y Horkheimer realizan una crítica ideológica a la industria cultural cuando denuncian como falsas las aparentes diferencias de sus productos. Todos los productos de la industria son básicamente el mismo, el que se corresponde al tipo probado como exitoso. También es falsa la diferencia entre los públicos, más bien estos son formateados por la industria cultural y sus diferencias son sólo superficiales.


El concepto de “lustración como engaño de masas” parte de la premisa de que si el arte burgués -desarrollado desde el Renacimiento hasta el siglo XIX- era un fin en sí mismo y cada obra era un acontecimiento único, la industria cultural lo convierte en un insumo productivo más y lo somete a las reglas del capitalismo y la producción seriada. En segundo lugar, aquel arte burgués no se identificaba con el mundo real, era una creación humana que se distinguía de la realidad aun cuando algunas corrientes buscaran imitarla. El arte era algo distinto a lo dado y conservaba la promesa de ser algo mejor, más perfecto, justo y/o armonioso. En este sentido había un elemento negatriz en la obra de arte, ella decía que las cosas podían ser de otro modo, tal como ella las representaba. En tercer lugar el arte burgués se manifestaba en obras únicas y concretas. Las obras eran artísticas por ser algo concreto y no abstraído. Por ejemplo, la paloma de Picasso era arte en la medida en que se observaba como única, pero no lo es cuando abstraemos lo que representa y decimos “es el dibujo sencillo de una paloma”, en esa oración no hay arte sino una consideración que abstrae la obra de arte concreta.

Las tres características del arte previo a su industrialización serian entonces las siguientes:1) El arte se presenta como un fin en sí mismo, y no como algo que debe servir a otra cosa (su fin es la mera contemplación y el enriquecimiento del espíritu). 2) El arte se presenta como algo distinto a la realidad, como algo más perfecto que ella, y en ese sentido la niega -la critica-. 3) La obra de arte es algo concreto y único, un particular no abstraído, creado por un artista concreto. Algo que ha sido abstraído y dispuesto en un sistema se puede intercambiar como pieza (supongamos una polea o una rueda en un mecanismo de relojería) ya que todas las piezas que cumplen esa función son iguales. En cambio la pintura de Picasso, como algo único, no puede ser cambiado por otra figura que represente una paloma porque su esencia no radica en servir como representación o como ilustración de catálogo.

 Las industrias de producción de cine o de televisión no consideran que un film, por ejemplo, deba ser considerado un fin en sí mismo, sino un medio de incremento de ganancias. La obra de arte deviene en mercancía que debe producir suficiente dinero como para que la inversión en arte se justifique. La obra deja de ser un valor en sí mismo para ser un medio, un útil, un instrumento de capitalización. Como consecuencia, aquellas expresiones artísticas que no son útiles al incremento de capital son descartadas por la industria.
  La industrialización del arte tiende a identificarlo con la realidad. En las industrias culturales las fronteras entre ficción y realidad tienden a borrarse y en eso radica el éxito. Las industrias tienden a representar la realidad, a mostrarla a través de, por ejemplo, los reality shows, y de ese modo anula el potencial crítico, utópico, de la obra de arte tradicional.
  El esquematismo iguala a todas las obras entre sí. La industria cultural encuentra un esquema de obra que funciona y en adelante realiza toda una serie con esa misma forma exitosa. Los productores y ejecutivos no aceptan ninguna obra que no se acople a su sistema, que no sea igual a otra ya conocida y probada como útil. Así se produce una estandarización de todos los productos que desmiente la aparente diferencia entre ellos, y se destruye de este modo la unicidad de la obra que era propia del modo tradicional del arte.
  Todas las aparentes alternativas son en realidad las diversas formas que adopta el sistema dominante para reproducir una falsa libertad: “la dominación –disfrazada de opulencia y libertad- se extiende a todas las esferas de la existencia pública y privada, integra toda oposición auténtica, absorbe todas las alternativas”.   La dualidad del sentido de las acciones, del arte, y del lenguaje es el fundamento de toda transformación o resistencia política. Y los regímenes totalitarios (inclusive el capitalista)  tienden a querer controlar o suprimir la ambigüedad, la bidimensionalidad del sentido.

viernes, 4 de octubre de 2019

La Comuniación Social: su geneología


 Social Communication: its geneology


 * Adrián Lozano

Los estudios dedicados al análisis de la comunicación social tienen una genealogía que hunde sus raíces en el siglo XIX.
  Hay tres procesos que configuran el cuadro de época que durante ese siglo estructuró los cimientos de los estudios de la comunicación desarrollados durante el siglo XX. El despliegue de la sociedad de masas, y por ese despliegue el creciente temor de las clases dirigentes y de elite a no poder controlar a esa población desarraigada en  permanente desplazamiento por las celdas de la grilla urbana. El desarrollo de las primeras ciencias sociales con fundamento positivista que construían el andamiaje teórico necesario para poder controlar a través del conocimiento a los nuevos fenómenos, entre ellos la masa. El desarrollo de las tecnologías de la comunicación, muchas de ellas vinculadas a la guerra como el telégrafo.
  Este es el contexto que sentó las bases de las posteriores reflexiones sobre la comunicación social, una experiencia y una idea atravesaba ese siglo XIX: el temor a los intentos de control de las multitudes urbanas. Ese es el siglo que dio origen a las ciencias sociales.

El siglo XIX hizo conjugar el relato moderno y burgués del progreso social a través del desarrollo económico capitalista y de la democracia liberal, con la idea de progreso humano a través del conocimiento. Pero en esa amalgama los primeros medios de telecomunicación fundados en la electricidad tuvieron un rol fundamental: la de vincular diversas culturas y personas separadas por el espacio a una gran velocidad. Esta posibilidad de unir “la familia humana” se presentaba a sus contemporáneos casi como un milagro
El primer mensaje telegráfico transmitido por Samuel Morse el 24 de mayo de 1844 decía lo siguiente: “What hath God wrought” (¨Lo que Dios ha hecho¨). Vemos de este modo la confianza en el poder de la telecomunicación ya desde sus inicios. Se trataba con esperanzas de poder achicar la brecha espacial que separaba pueblos y personas, campamentos militares y frentes de batalla, familiares dispersos, y periódicos con sus corresponsales en diversos puntos territoriales. Desde ese momento, hasta el actual desarrollo de Internet, una de las principales consecuencias del desarrollo de las telecomunicaciones ha sido reducir las distancias y acortar los tiempos. Independientemente de que consideremos el mundo actual como una aldea relativamente pacífica de sujetos interactuantes en igualdad de condiciones, o que consideremos al mundo globalizado como un espacio en el cual el empresariado irresponsable y los imperios militares tienen más posibilidades de realizar desastres sobre las poblaciones periféricas, se trata siempre de comprender las consecuencias que sobre el espacio y el tiempo tiene el desarrollo de los medios de comunicación.

Desde ya hace mucho tiempo el intercambio simbólico tuvo que ver con sostener una trama entre dos o más personas a lo largo del tiempo y el espacio. Para eso podemos recurrir a la etimología del término símbolo. “¿Qué quiere decir símbolo? Es, en principio, una palabra técnica de la lengua griega y significa `tablilla de recuerdo´. El anfitrión le regalaba a su huésped la llamada tessera hospitalis, rompía una tablilla en dos, conservando una mitad para sí y regalándole la otra al huésped para que, si al cabo de treinta o cincuenta años vuelve a casa un descendiente de ese huésped, puedan reconocerse mutuamente juntando a los dos pedazos. Una especie de pasaporte en la época antigua. Algo con lo cual se reconoce a un antiguo conocido”. Como podemos ver, en la antigüedad el símbolo sostenía una trama a lo largo del tiempo entre dos casas o familias, era un pasaporte para reconocer a un antiguo conocido, tenía que ver con la hospitalidad y el reconocimiento.

Es evidente que el término “pasaporte”, y las tecnologías de comunicación y control vinculadas a ese término, tiene connotaciones diferentes en la actualidad que las de dar bienvenida como lo era en la antigüedad.
Por esta razón, pensar qué significa el intercambio simbólico y la circulación de discursos en nuestra época puede ayudarnos a pensar tanto nuestra cultura como el tipo de vínculo que establecemos unos con otros.


lunes, 30 de septiembre de 2019

La libertad de expresión de Stuart Mill


 Stuart Mill freedom of expression


 * Adrián Lozano

John Stuart Mill fué un economista y filósofo británico; representante de la ideología burguesa y destacada figura del positivismo. Nació en Inglaterra en 1806 y murió en Francia en 1873. Tuvo una infancia con muchos libros y pocos juegos. El cambio, la dinámica social y el debate que propone este autor son su mayor defensa de la libertad de pensamiento y discusión. Consideraba que las leyes no se mejorarían nunca si no existieran numerosas personas cuyos sentimientos morales sean mejores que las leyes existentes.
  Este exponente del utilitarismo defendía la libertad de expresión. Ella debía analizarse como principio de una ética práctico-argumentativa, fundamentada en el individuo, en tensión con la opinión colectiva, relativa a un concepto de verdad en proceso.
  Mill no aprobaría la posibilidad de que un gobierno, a pesar de contar con un fuerte respaldo mayoritario, ni aunque lo que se pretende defender sea una temática superada para esa sociedad, recorte la libertad de expresión de aquel sector que opina distinto al resto.
  Considera que una opinión expresada siempre puede contener aspectos positivos, aunque ella sea falsa, exagerada o inapropiada para esa sociedad en ese momento. En este caso promovería  algún debate que sólo puede llevar a un buen puerto. Abriría las puertas de una nueva discusión sobre la cuestión y posibilitaría que aquellos que están en contra de las actitudes racistas y discriminatorias ofrezcan nuevos argumentos para defender aquellas ideas que se encuentran instaladas y que revean los fundamentos que sostienen esa forma de pensar y de actuar. Tal vez se encuentre en el debate nuevos elementos que refuercen los conceptos instalados o quizá sirva para encontrar actitudes discriminatorias propias escondidas o naturalizadas por la sociedad en la actualidad.
  El caso de la discriminación racial es un tema que está superado en muchas sociedades y por suerte son pocos los que apoyarían este tipo de actitudes; pero hasta en estos casos, Mill sostendría que no debería ser un tema indiscutible y acabado, todo lo contrario. El ataca la infalibilidad de las ideas y sostiene que todo debería ser expuesto a debate. En el caso de que una opinión fuera verdadera y no fuera sometida a debate, se estaría privando de la posibilidad de modificar concepciones que se tienen falsamente como verdades indiscutibles y en el caso de que la opinión sea falsa se estaría privando de la sana argumentación que le otorgaría más consistencia a lo sostenido. También podría estar ocurriendo que la falsedad de una argumentación contenga aspectos verdaderos o positivos que nutran, mejoren o modifiquen aquello que se entendía como incorregible. Es el modo en que se defendería el carácter progresivo de las personas en pos de un mejoramiento constante y permanente.
  Mill argumentaría también que esta publicación sería positiva para que esta idea antidiscriminatoria o racista no se viva como un dogma estudiado y repetido, sino todo lo contrario, que se combata  a través de vivencias propias y argumentos esgrimidos por los actuales ciudadanos y no sólo sostenido por la lucha de aquellos que escribieron sobre el tema en otros tiempos o que enfrentaron la problemática en persona.
Por estos motivos, Mill promueve y alienta la obligatoriedad que tienen los gobiernos de formar opiniones lo más verdaderas posibles pero si ser impuestas compulsivamente por ellos.
  La historia muestra muchos ejemplos en donde se han modificado concepciones fuertemente arraigadas en las sociedades. Estos cambios se fueron dando con las opiniones, en un principio, de sectores minoritarios. Por medio del debate y de las confrontaciones se fueron transformando las verdades absolutas en dudas y luego en cambios sociales. Pensemos en la esclavitud, la matanza de judíos o en la imposibilidad del voto femenino. Si estas nuevas ideas hubiesen sido aplastadas en defensa de la opinión mayoritaria, nunca se hubieran modificado tales injusticias.

viernes, 26 de julio de 2019

Filosofía: una mirada introspectiva


  Philosophical pollution

* Adrián Lozano



   Isaiah Berlin fué un autor que navegó los límites que existen entre la Historia y la Filosofía Política. Este inquietante personaje pudo analizar muchos  acontecimientos políticos del siglo XX, muchos de cuales han dado forma a la estructura que el mundo nos ofrece por estos días.
  Isaiah Berlin sostiene la idea de que los seres humanos, en el intento de desentrañar los problemas, ponen en juego algún tipo de modelo estipulado por el medio del cual desarrolla las explicaciones o descripciones del caso. Es decir que la filosofía es contaminada, de alguna manera, por los pareceres o los postulados de una determinada época.
  Invita entonces que la filosofía debe mirarse a sí misma para poder analizarse epistemológicamente, filosófica y lingüísticamente.
  Supone que la tarea filosófica es indagar e investigar aquellas cuestiones que no estén atadas a los preceptos utilizados comúnmente. Despojándose así del temor de realizar, lo que él llama, un autoexamen crítico. Asegura que  “ La meta de la filosofía es siempre la misma: ayudar a los hombres a comprenderse a sí mismos y, de tal modo, actuar a plena luz, en vez de salvajemente en la oscuridad.”( Berlin, 2013.p.42).
  Las afirmaciones de Berlín podrían emparentarse en algunos puntos por lo expuesto por Immanuel Kant en cuanto a sus intereses de aplicar un espíritu crítico a las cuestiones  filosóficas y aceptar que la experiencia da los conocimientos previos de las cosas. Esta idea da cuenta de la capacidad del filósofo de saber que llega a ellos con un concepto anterior  ya formado. Son los llamados “fenómenos” y “neumenos” kantianos.
  Tambien  Hannah Arendt da cuenta de algunas críticas profundas que debe realizar el pensamiento filosófico.
Hannah Arendt considera que la filosofía debe reconstruirse después de Auschwitz debido a la aparición de una nueva categoría política que emerge en el siglo XX: el totalitarismo. Esta es una forma de dominación diferente a  todas las anteriores tales como las tiranías o los despotismos.
  Estas formas de gobierno totalitarios procuran la erradicación de la libertad en forma completa como también la anulación de la espontaneidad humana. Para ello se llevaron adelante la reclutación de personas en los campos de concentración y el exterminio (no la reconvención) de aquellos considerados enemigos. En su afán de lograr una dominación total de las masas, se intentó la aniquilación de la persona moral, la interrupción de toda solidaridad humana, de rastros de individualidad y de dignidad humana.
Arendt, en este sentido, consideraba que estas nuevas formas de degradación humanas requieren de la construcción de nuevos conceptos filosóficos que pudieran intentar explicar estos fenómenos, este “triple quiebre” que Arendt señala que significó el totalitarismo: el abismo del mal absoluto, la supresión del mundo común y la ruptura de la tradición.
Para enfrentar estos desafíos, la filosofía debe realizar una crítica profunda de los elementos de la civilización occidental y de la tradición filosófica que animaron a la aparición de los regímenes totalitarios. La filosofía debe adquirir un pensamiento que afronte las experiencias de la época actual pudiendo remontarse al pasado para poder indagar y repensar el presente.
La filosofía debe sostenerse en la pluralidad humana y en la contingencia de la historia y de los asuntos humanos con el fin para procurar la interpretación del pasado pero sin realizar predicciones finales.